
Al término de la procesión, vuelven al templo los ofrecidos en sus ataúdes, siguiendo a la Santa hasta su morada y, a sus pies agradecen, con la última oración, haber salvado con éxito la larga y calurosa travesía.
Los ataúdes que han desfilado en la procesión quedan depositados en el templo, a la espera de un nuevo oferente para el año siguiente.
Los “muertos-vivos”, ven así cumplida su promesa de peregrinar a Santa Marta en busca del consuelo de una intercesora que les ayudó o ha de ayudarles a superar en vida, hechos o circunstancias que les situaron próximos a la muerte.